26.2.03

Parecía que se iba a inundar la ciudad. Llovía y llovía y no paraba de llover. El cielo era gris, las nubes eran grises y las personas grises se movían rápidas bajo sus paraguas y entres los charcos. Parecía que no iba a parara nunca. El agua se deslizaba desde las azoteas de los edificios hasta las aceras, mojando las fachadas y formando riachuelos por los lados de la carretera. Los coches salpicaban agua sucia a cualquiera que caminase demasiado cerca de ellos. Las gotas de lluvia ensuciaban los cristales de los escaparates, formando delgadas líneas que se movían como dibujando relámpagos.
Prefería la tormenta. La tormenta que llega, descarga y se va. La tormenta con su fuerza y con su furia. Con sus rayos y sus truenos. La tormenta con toda su electricidad, su ruido y su belleza. No podía con la calma, la calma gris de horas de agua cayendo, lenta, despacio, como repartiéndose. Gris y envuelta en niebla. Calma triste.

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