Ella se había perdido en unos ojos, tiempo atrás, y no lograba mantenerse totalmente a flote, más que lo justo para ir cogiendo aire y soltándolo en forma de suspiros, a penas perceptibles. Él, por su parte, corría de un lado a otro, como el conejo de Alicia, con su colección de relojes a cuestas, sin darse cuenta de cuanto empezaban a pesarle las promesas rotas.
Quizá nunca volvieran a cruzarse sus miradas. Sus labios se rozaban a penas en los cortos segundos que separan el sueño y la vigilia.
Él pensaba que tenía dulces sueños y ella soñaba sólo con esos instantes, cada noche...
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