3.12.02

Había una vez una persona que se creía fuerte fuerte y, por eso, pensaba que podía ayudar a los demás. Intentaba escuchar, comprender, ponerse en el lugar de los otros; intentaba estar allí donde la necesitaran y cuando la necesitaran. Creía que no lo hacia tan mal. Tenía buenos amigos que la querían y ella se sentía querida.
Pero un día se fue a dormir sabiendo que estaba muerta, muerta por dentro. Falta de oxigeno, demasiado peso en su interior, demasiadas dudas... era tarde, estaba muerta por dentro. Ahora ya no podía ayudar a nadie, ni siquiera podía ayudarse a sí misma.
No podía hablar porque no tenía voz y no podía llorar porque ya había llorado todas las lagrimas.
Se miró al espejo con dolor y vio una cara que no expresaba absolutamente nada. Lo más triste de todo es que nadie se daría cuenta de que era tarde, de que no quedaba nada por salvar, de que por dentro todo estaba perdido y ya no había regreso.

No hay comentarios: