8.4.03

Se levanta cada mañana muy temprano, estirándose a la vez que empieza a sentir el frío de la noche, que escapa por cada una de las ventanas que se abren. Ventanas que se abren y por donde se intentan adivinar tardes de sol cuando aun esta oscuro. Aun tardara en amanecer.

Todo lo que ocurre a esa hora es un poco como difuso, como una especia de sueño mal recordado, o un recuerdo de hace mucho mucho tiempo. Despertar, asearse, vestirse… todo tiene ese aire de monotonía que hace confundir los detalles de un día con otros.

A pesar de lo intempestivo de la hora, las mañana se presentan alegres, con mucho movimiento, muchas caras y muchas voces distintas. Conversaciones ajenas, robadas desde detrás de desconocidos, palabras que ordena a su antojo y en su sinsentido…

Pocas veces son mañanas tranquilas.

Hay días en los que el milagro es poder abrir los ojos. Días en los que el sueño enreda las sábanas a su alrededor impidiendo cualquier movimiento que no sea el acomodarse un poquito mejor entre sus brazos, los del sueño. Estos días parecen transcurrir más despacio, más lentamente, con una calma excesiva. Se imagina entonces que despertar es como cruzar un puente, el puente que une la realidad con la fantasía y esos días el puente es largo largo y, muchas veces, cuesta arriba. Pero siempre acaba cruzándolo, día tras día, despertando, llegando a la realidad.

La realidad de caras desconocidas o caras a penas vistas. De palabras cruzadas aleatoriamente con personas con las que no volverá a cruzar otras palabras, o tal vez si, pero sin saberlo. Y también la realidad de mirarse a esos ojos que tan bien la conocen, cuando ya esta por amanecer y todo empieza a tomar vida.

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