10.2.04

Y es la ingenuidad quien grita a mis oidos que siempre estarás...

La Princesa miró todo con ojos de sorpresa. Le gustó todo mucho. Y a mi me encantó verla sonreír. Y que me abrazara preguntándome porqué no le había contado lo bonito que era todo lo que íbamos a ver.
El jardín, en cambio, no pudimos verlo. Con el sol de sus ojos había olvidado que aún era invierno, que los árboles crecían marrones, las plantas dormían sin saber aún que pronto tendrían que nacer. Tampoco pudimos pasear sobre el río.
Ella dice que todo eso sólo significa que tenemos que volver, algún día... pero yo, sin saber muy bien porqué, tengo el sabor agridulce de sentir que la carroza se haya vuelto calabaza...

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