20.2.06

Los melocotones (2ª parte)

Los melocotones siempre se alegraban de su vuelta. Era agradable que la recibieran con sus canciones dulces, excepto cuando llegaba de madrugada y veía cómo la esperaban entre bostezos que eran casi tan grandes como ellos. En aquellas ocasiones erraban las notas y confundían algunas palabras, dando lugar a verdaderas canciones extrañas...
Quedaba mucho por hacer. Pero decidió tomarse la tarde para ella. Al fin y al cabo, la mañana había resultado tan agradable que se le había hecho cortita cortita.
Decidió que esa tarde sería equilibrista.
Desde pequeña quería ser equilibrista pero vivía en las llanuras y no había nada, pero nada, a lo que subirse... Bueno, un día se había subido a una silla, una silla de madera oscura preciosa, una silla casi mágica, porque había sido la silla del abuelo, que era el ser más viejo que ella había conocido, pero el mundo no había cambiado mucho desde allí arriba... Otro día se había armado de valor y se había dirigido hacia el Árbol. Pero se había armado de tanto valor que el peso no la dejó ni alcanzar las ramas más bajas. Pasó semanas y semanas pensando en cómo hacerlo. Y así perdió el tiempo.
Si darse cuenta se había hecho mayor. La faldita de volantes de equilibrista le iba demasiado corta y demasiado estrecha. El Árbol sólo era ahora un árbol y la silla... en fin, una silla.
Ahora perdía el tiempo pensando en cómo hacer las cosas en vez de hacerlas o pensando en porqué no las había hecho.
Bueno, eso había sido así hasta que llegaron los melocotones...

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