17.2.03

Me dio por sacar las viejas fotos.

Estuve mirando las de aquel verano, aquellas vacaciones en la playa. El sol. Las sangrías. Las paellas. La sal. El agua cristalina y fría. Las piedrecitas que se clavaban en los pies al salir del mar. Las sombrillas que salían volando cada dos por tres, cayendo siempre sobre aquellas señoras extranjeras dormidas y rojas como gambas.

Eran unas fotografías brillantes, donde predominaban los tonos amarillos y dorados, fotografías del calor y de besos. Según nuestras caras, creíamos que aquella felicidad podía durar siempre.

Las miré una y otra vez, recordando rincones, reviviendo olores, escuchando nuestras propias risas. Así hasta que sentí deseos de romperlas, en pedacitos pequeños, de manera que nunca más pudiesen reflejar todo aquello que ya no volvería, de manera que no pudiesen recordarme que yo ya no era la misma de aquellas fotografías viejas.

Sin embargo, me dio tanta pereza, que volví a meterlas todas en la cajita de las fotos, volví a guardar la caja en el fondo del armario, cerré la puerta del armario con su llave y me senté en el sofá intentando pensar en cualquier otra cosa.

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