29.8.03

Y vino el viento a llevarse el calor...

Todo el mundo dormía ya. Apagó la luz de su habitación y salió de ella. Recorrió el pasillo, cruzó el comedor y llegó a la cocina. Todas las luces apagadas. Solo se distinguían las siluetas de los muebles, gracias a la tenue luz que llegaba de la calle.
Abrió la nevera, iluminándose a si misma, mientras vertía un poco de agua fresca en un vaso de cristal de los de toda la vida. Y con su vaso de agua en la mano, otra vez en total oscuridad, tanteando entres sus recuerdos para no tropezar en el camino, salió al balcón y se sentó en la silla.
La noche había cubierto el mundo, al menos su trocito de mundo. Algunas estrellas marcaban puntos fijos, formando esas figuras que pueden ser cualquier cosa (más aún que las figuras que forman las nubes, que suelen ser frecuentemente conejitos de trapo, corazones de amor o cualquier otra delicadeza, de todos es sabido...)
La luna debía andar escondida detrás de algún edificio, esperando a que todos durmieran para salir vergonzosa a pasear la noche.
Sentada en la silla, se acabó el vaso de agua fría. Luego, no se sabe el tiempo que pasó, embobada, mirando como el viento, leve, suave, jugaba distraídamente a mover la ropa colgada en los tendederos de los edificios de su barrio.

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