Ella sigue apareciendo de vez en cuando por mi cabeza, se pasea, andando despacio, con sus tacones que le impiden caminar con la naturalidad con la que ha aprendido a sonreír.
Ella ronda a veces por mis pensamientos, como si estuviese en su casa, tocando aquí y allá, moviendo algunas cosas, cambiando otras de sitio. Se introduce en mi vida, como siempre hizo, haciendo que se tambaleen mis propias convicciones, mis propias creencias, intentando aniquilar a un dios que no tengo y a unos principios que aún no están consolidados.
A veces, me escondo dentro de mi misma, me tapo con la sábana de la indiferencia, me sonrojo por dentro y empiezo a revivir cada momento que tengo de ella.
Viene y se va como lo hacían entonces, cuando yo era inocente y creí en ella como en mi misma. Viene sin avisar, precedida de unas palabras, de un olor, de un nombre que ya no le pertenece. Y se va, como siempre, cuando empiezo a acostumbrarme de nuevo a su presencia, cuando empiezo a olvidar que todo es producto de mi imaginación, se va.
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